EL DESAFÍO DE LOS PARLAMENTOS LATINOAMERICANOS

Por Carlos Raimundi (Ponencia en el Seminario Internacional: "El rol de los Parlamentos", Senado de la Pcia. de Buenos Aires, 18 de agosto de 2010)

 

Como primer punto intentaré describir un brevísimo marco de situación de nuestra región, y, por ende, de nuestros países. Para ello, voy a aludir a una cuestión central, que, a mi entender, tiñe a todas las demás, y que podría definir como la "colonización cultural" en la que estamos sumergidos, el "dominio del sentido" operado desde tiempos ancestrales por los factores de poder, de lo cual con gobiernos populares, con cierta audacia, con mucha participación, y pese a –como era lógico- los grandes escollos, estamos tratando de salir.

 

¿Cómo lo traduzco? Con un ejemplo que me parece gráfico. Asistimos a un proceso en que, particularmente, América del Sur puede sentir que no ha caído en los niveles de crisis en que sí han caído otros países, muchos de ellos parte de las economías centrales. Acertadamente, hemos mantenido un nivel de actividad en nuestros mercados internos, gracias a la recuperación del papel del Estado y a políticas públicas que mucho distan del modelo neoliberal de los 90, lo cual nos ha mantenido al margen del epicentro de la crisis internacional.

Ahora bien, dicho en grandes números, el mundo tiene, aproximadamente, seis mil millones de habitantes. De ellos, cuatro mil millones viven bajo la línea de pobreza, y mil millones de personas -seres humanos, no estadísticas- padecen hambre. Sin embargo, la sensación de crisis del capitalismo, el lenguaje de crisis, comienza con la caída del grupo Lehman Brothers. Para el sistema de comunicación ortodoxo, el que nos impone el poder y que nos somete, hay crisis cuando cae un conglomerado financiero, y no cuando hay hambre en un planeta que produce el doble de calorías de lo necesario.

Hay muchas más maneras de explicar la colonización del sentido común, el intento de cooptar y controlar el promedio del pensamiento mundial. Podría también ensayar la siguiente: recordemos que tanto en los Estados Unidos como en España –que han sido dos puntos claves de esta crisis- la caída irrumpe cuando se perfora la "burbuja inmobiliaria". Esto es, créditos dados a gente común a la que se le hizo imposible pagarlos, por lo cual había que quitarles las casas. Este estallido se produce por un crecimiento artificial del dinero, refiriéndome con el adjetivo "artificial" a un proceso de circulación exponencial de dinero en un circuito financiero escindido del mundo productivo, que se pudo separar precisamente porque los Estados no lo reguló. Desde el momento que una política autónoma de las corporaciones no regula este llamado proceso de "financierización", éste se incrementa, estalla y cae. Inmediatamente, lo que el universo financiero reclama es "salvataje estatal", auxilio proveniente de los fondos públicos. ¿A quién habían dejado sin casa? A la gente. ¿De quién es el dinero del Estado que debe acudir en ayuda de los grupos financieros que no toleraban ser regulados? De la gente, de la misma gente que se había quedado sin su casa.

No obstante, el sistema comunicacional "oficial", el sistema de poder que domina las grandes cadenas de medios, no da cuenta de esto al procurar formar, como lo hace, el "sentido común". A esto me refería con la expresión "colonización cultural", que pretende imponer el criterio de que vivimos en un mundo "globalizado", que hay que profundizar los avances tecnológicos que permiten la comunicación en tiempo real y las grandiosas operaciones financieras "on line", cuando –en verdad- cinco sextas partes de la humanidad no tiene acceso a ello, y por lo tanto no están globalizadas en términos de esa "totalidad" que inspira la palabra.

Una pregunta posible, entonces, es: ¿estamos ante una crisis financiera o ante una crisis de paradigmas de civilización? Personalmente, creo que no se trata de una crisis financiera; si así fuera, con fórmulas correctas de política financiera podríamos sortearla.

Desde un planteo ortodoxo como el que surge de los gobiernos centrales, llegaríamos a concluir en que el objetivo sería que las poblaciones más pobres de nuestro continente o del África lleguen a consumir como en Vancouver o en Copenhague. El problema es que, para ello, harían falta cinco planetas tierra en términos de recursos energéticos, y ello es de momento imposible. Una cultura alternativa, como la que creo necesaria para salir de la actual colonización, debería cuestionarse la incompatibilidad entre un capitalismo traccionado por el afán ilimitado de consumo, y un mundo finito y con límites en cuanto a la cantidad de recursos naturales y energéticos disponibles.

Es aquí donde se torna necesario un nuevo paradigma de distribución de la riqueza, de la igualdad, de un mayor equilibrio en la manera de concebir el mundo, y donde aspiro a que América Latina desempeñe un papel importante en una etapa como esta. Cuando, hace veintiún años, cayó el Muro de Berlín, se vaticinaba un mensaje único con relación al sistema que prevalecería y al que el planeta entero debía alinearse: democracia liberal y economía de libre mercado. Pero, lo que en realidad ocurrió es que superada la contradicción que enfrentaba a las superpotencias y sometía al mundo subdesarrollado, y cuando el discurso oficial apuntaba a la unipolaridad, en lugar de terminarse las ideologías, en lugar de concluir la historia, salieron a la luz los conflictos más profundos que padecía la humanidad, y que están mucho más vinculados a la pobreza y la desigualdad.

Un ejemplo a escala regional lo constituye el Tratado de Libre Comercio entre México y los Estados Unidos, que se presentaba como la palanca para resolver los problemas de pobreza, y lo que hizo fue profundizarlos. Lo que "el sistema oficial" hizo, frente a ello, no fue invertir recursos en integración social sino levantar un muro para que los excluidos no puedan cruzar la frontera.

El proceso reveló las debilidades del sistema, y alentó la aparición de nuevos actores. El mundo no depende ya de un actor único y todopoderoso, sino que nuevos actores están clamando por un lugar en la mesa de las discusiones del poder mundial.

Para citar algunos ejemplos, la

recuperación económica y su protagonismo como abastecedor de combustible, reconcilian a Rusia con su tradición imperial, a partir de la cual vuelve a involucrarse en los conflictos por el control de territorios adyacentes, como límite a las apetencias de los Estados Unidos de consolidarse lisa y llanamente como potencia asiática.

¿Tiene un rol que cumplir América Latina en este contexto? ¿Lo tienen nuestras organizaciones, instituciones y Parlamentos? Sí, pero en mi opinión no podemos permitirnos ignorar el marco conceptual que he tratado de señalar.

América Latina atraviesa un momento sin antecedentes por lo alentador. La CEPAL (Comisión Económica para América Latina) tiene dicho que la década de los 80 fue para nuestra región la "década perdida". Lo comparto, pero agregaría que venimos de tres décadas perdidas. Los 80 se perdieron en términos económicos porque los 70 se habían perdido en términos de democracia política, y a raíz de ello se perdieron los 90 en términos de brecha social.

En cambio, el presente milenio nos encuentra ante una combinación de legitimidad política y bonanza económica de la cual no tengo memoria. Sumado a esto, nuestra región posee los recursos naturales y energéticos que resultan escasos para otras áreas del planeta, recursos como biodiversidad, combustibles tradicionales y alternativos, agua dulce. Y, además, no padecemos conflictos étnicos, religiosos y/o sociales de tal radicalidad que absorban y distraigan el grueso de nuestras energías populares. De aquí la importancia de que los gobiernos constitucionales del subcontinente hayan encarado con un éxito al menos ponderable, los retos a la democracia y a la paz en Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia y Venezuela. Porque en el caso de que no se sortearan en términos políticos, es decir, pacíficamente, ello facilitaría la injerencia militar de potencias extrarregionales, y eso es lo que algunos factores de poder están buscando, como un renovado instrumento de control y disciplinamiento de sesgo colonial. A la consigna histórica "dividir para reinar", América del Sur está respondiendo con unidad y autonomía.

América del Sur afronta una oportunidad inmejorable de ir rompiendo ciertas cadenas históricas de colonialismo, y para ello debemos contar no sólo con la labor de los Parlamentos, sino pensar en el rediseño de todo nuestro sistema institucional.

Mi propuesta puede sonar provocadora, y es, desde luego, pasible de críticas. Sólo cuento a mi favor que se trata de un debate abierto, un punto de partida y no una conclusión. Parto de la base de que provenimos de una sociología muy particular, con una fuerte impronta hispana, pero también indígena, y una marcada influencia de los intereses británicos; y a esa sociología fuertemente impregnada de mestizaje, indigenismo y multiculturalidad, dominada y sojuzgada, se le impuso una religión, se le saquearon grandes riquezas, se le pretendieron arrasar ciudades, costumbres, culturas autóctonas, y se le injertó, hace dos siglos, un sistema de instituciones liberales de origen eurocéntrico y anglosajón. Y en estos tiempos, los sudamericanos y latinoamericanos estamos notando que en enormes tramos de nuestra historia, esas instituciones liberales intermediaron mucho más a favor de los poderes establecidos que de los sectores populares. Y comenzamos a repensarlas.

Incluso, en los últimos tiempos, este concepto también podría resultar válido para algunas sociedades europeas, más desarrolladas, con mayor grado de cohesión social. Me refiero a aquellos casos donde, aún contando con sistemas políticos "estables", parlamentos activos y partidos consolidados, la mediación institucional no pudo evitar la aplicación de fuertes ajustes sin brindar a los pueblos que los sufren ninguna instancia de consulta, y mucho menos de decisión. En Grecia, ninguna de las personas a quienes acaban de recortarle la jubilación votó eso, ni fue llamada a discutirlo en una mesa democrática. Y en España, hacia donde emigraban un decenio atrás los jóvenes argentinos, hoy rebajan las pensiones y subsidios por nacimiento en nombre del Partido Socialista, mientras el Banco Santander acaba de comprar el paquete accionario del mayor banco de Suecia. Es decir, el ajuste se dirige al pueblo de España, no a sus grandes capitales. Por ello, el debate que propicio no implica en modo alguno cercenar la democracia sino, más bien, potenciarla con una presencia más directa del pueblo en las grandes decisiones. Y transformar a las instituciones políticas en espacios de expresión de la voluntad popular, antes que en guetos de la denominada corporación política, a menudo cooptada por los grandes intereses.

De lo que se trata es de llenar el sistema institucional latinoamericano de contenido social, para evitar esa reiterada tentación a separar la agenda cotidiana del ciudadano común del submundo de prioridades exclusivas de los círculos partidarios. Necesitamos una comunicación mucho más directa entre la voluntad popular y el sistema institucional. Y para ello, estamos en una etapa propicia para sostener los actuales liderazgos de la región, de manera que los avances a que asistimos se consoliden en el tiempo.

La tradición institucional liberal, sustentada por los bienpensantes de siempre, es portadora de otro mito "republicano" y es la alternancia de los gobiernos. "¡Cuidado!", se alerta por las grandes cadenas de medios, "¡no vayan a quedarse muchos años en el gobierno!" Así, los que sí permanecen décadas en la mesa del poder son los jefes de las grandes corporaciones mediáticas, financieras, terratenientes, industriales, religiosas. Lo único que debe rotar en nombre de "las buenas costumbres republicanas" son los dirigentes populares, lo que encubre, claramente, la intención de debilitar a la política –entendida como representación de lo público y agente del interés social- frente a las corporaciones privadas más poderosas.

Reitero, lo planteo como un debate abierto antes que como una conclusión.

Otro punto a tener en cuenta es no

permitir que se instale como problema central lo que considero una falsa división entre presuntos ‘institucionalistas prolijos’ como podrían ser Lula o Mujica (o Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en su momento), y ‘populistas anacrónicos’ como Chávez y Evo Morales, entre quienes a ciertos intereses conviene incluir también a Kirchner y Correa. Debemos, más bien, resaltar que todos ellos forman parte, aún con sus particularidades y matices, de un campo político contestatario del neoliberalismo.

Para continuar en defensa de la riqueza de este momento sudamericano, tomemos el ejemplo de algunas instituciones impulsadas por UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas), como el Banco del Sur, la coordinación de políticas monetarias y cambiarias, la integración energética, el Consejo de Defensa Regional que tiene como principal "hipótesis de conflicto" la preservación de nuestro patrimonio ambiental. Imaginemos cuál sería la situación actual del subcontinente si nuestras economías hubieran quedado atadas a las centrales a través del ALCA, en lugar de habernos negado a su constitución en nombre de una política soberana en la Cumbre hemisférica de Mar del Plata, en noviembre de 2005. Imaginemos qué hubiera pasado en Argentina, si en lugar de haberse recuperado los recursos previsionales como herramienta de financiación de políticas públicas, éstos permanecieran aún en manos de los grupos financieros internacionales que acaban de desplomarse.

Son estos caminos de autonomía política los que reivindico como un impulso para afrontar con esperanza, con soberanía y con éxito los desafíos de la etapa. No ya sólo por los Parlamentos, sino básicamente por nuestros pueblos. O, más bien, llenando de pueblo a nuestros Parlamentos.

 

En Medio Oriente, el fracaso, tanto militar como ante la opinión pública mundial de los Estados Unidos, debilitan la autoridad de las intervenciones y las guerras inventadas.

China e India emergen como nuevos sujetos económicos e inminentes convidados a la mesa de la política internacional.

En Europa, la crisis acentúa su impotencia para controlar la inmigración africana, lo que agrega a la agenda de los Estados Unidos un nuevo dolor de cabeza.

Mientras tanto, Brasil se afianza como país continente y potencia de segundo grado. Con números virtuosos en su macroeconomía, ensancha el margen de reivindicación social de los pueblos de la región, que intenta reapropiarse de rentas históricamente depredadas por el poder financiero extrarregional.

En este marco, la llegada de Obama a la presidencia de los Estados Unidos aumenta la complejidad, porque, si bien está lejos de ser un "progresista" en términos de la izquierda latinoamericana, tampoco es un representante ortodoxo de los halcones que aún controlan los mayores núcleos de poder de su país, y buscan —a cualquier precio, como siempre— desbancarlo de una segunda presidencia, o en todo caso, inviabilizar sus posiciones más innovadoras. La incursión estadounidense en el Mar de Corea, provocando la caída del Primer Ministro japonés de centroizquierda Yukio Hatoyama hacia finales de mayo de 2010, es una muestra de que los organismos de inteligencia de ese país todavía conservan una feroz capacidad de reacción.

En definitiva, un entorno internacional con más actores decisivos que lo que suponía la unipolaridad emergente tras la caída del socialismo "real", a expensas de un capitalismo, también "real".