LA BATALLA ES CONTRA LOS JEFES
Por Carlos Raimundi, Nuevo Encuentro
Diario Tiempo Argentino, 10 de febrero de 2011
Hace poco, una niña de 13 años, bastante prevenida –para su edad- sobre cómo formarse un criterio propio de interpretación de la información, me relató un listado de titulares negativos de los canales de noticias. Asaltos, asesinatos, episodios de violencia callejera, agresiones, corrupción, en fin, un catálogo de figuras cuasi-delictivas en algunos casos, y lisa y llanamente criminales en el resto. Estaban, eso sí, tímidamente matizados con alguna imagen deportiva o con escenas de playa.
Mi respuesta fue: no son “varios” títulos, sino uno solo, que podría sintetizarse: “en la Argentina reina un clima insostenible, es prácticamente imposible vivir en este país”. Sin embargo,
cuando uno coteja lo que se pretende instalar desde los zócalos silenciosos de las pantallas de los bares, salas de espera, estaciones de servicio y hasta oficinas públicas, con la vida cotidiana de miles de personas, no encuentra correlato. La mujer y el hombre común, cualquiera de nosotros, tenemos problemas, como es lógico, pero no un desasociego tal, como el que pretenden instalar aquellos mensajes, políticamente interesados. No quiero decir que lo narrado y mostrado no exista, sino que no es lo que imprime el clima general del país. Un país que consume, se moviliza, discute, veranea, encuentra trabajo con menos dificultad que hace unos años, tiene ofertas variadas de cine y teatro, cambia el auto...
Cuando un puñado de personas quema una cubierta o apedrea una estación, constituye un foco, que por cierto no procuramos como modelo de vida. Pero si ese hecho es reiterado decenas de veces durante horas y horas en numerosas pantallas “informativas” de todo el país, exacerba un estado anímico de zozobra que no se compadece con las condiciones reales en que se desenvuelve nuestra vida, problemática por cierto, pero no al borde del abismo como se pretende mostrar.
¿Es desinteresado dicho manejo de la información? ¿O responde a un interés político que favorece determinado discurso, generando una sensación de “desorden” para beneficiar a aquel candidato que propone el “orden” como valor supremo? ¿Es ingenua la formación de ese clima, o está planificada? ¿Se puede llamar a eso, prensa independiente? ¿Ayuda esto a construir un país mejor?
¿Cuánta responsabilidad le cabe a los medios que reproducen hasta el infinito los hechos de inseguridad y como si fuera lo único que sucede, en la reproducción del clima de inseguridad que ellos mismos denuncian? La mera repetición hasta el infinito exime de analizar con profundidad. Despoja a algo tan importante como la inseguridad, de la integralidad desde la cual debe abordarse. Al no haber análisis multidimensional, la superficializa y reduce exclusivamente a la dimensión pánico. Desde el pánico, ninguna persona o sociedad reacciona como debería.
Qué distinta sería la predisposición social a abordar la inseguridad, si desde los medios de mayor llegada se procurara un análisis más completo, abarcativo de los déficit que todavía arrastra la justicia, de la falta de equipamiento, capacitación profesional y dejerarquización salarial de la policía, de la corrupción del sistema penitenciario, de la complicidad de ciertas instituciones. Abarcativo, además, de todo lo que implicó, durante el neoliberalismo, la pérdida de cultura del esfuerzo en los jóvenes de entre 15 y 25 años que no sólo no trabajan ni estudian, sino que no registran en su universo simbólico el mérito que representaría trabajar y estudiar. Abarcativo de lo imposible que es construir seguridad ciudadana en cuanto a la libertad de circulación y la defensa de la propiedad privada (sea de un bolso de mano o de una 4x4), cuando todavía está en proceso la trabajosa reconstrucción de una cultura de la seguridad ciudadana en materia educativa, nutricional, ambiental, laboral, económica o vial. Qué distinta sería la predisposición social a abordar este tema con mayor responsabilidad e involucramiento, si los medios hegemónicos lo enfocaran desde esta complejidad, y no desde el mero reportaje a un familiar directo de la víctima cinco minutos después de producido el hecho. Y cuando digo involucramiento no me refiero a que la gente deba resolverlo en remplazo de la indelegable responsabilidad estatal. Me refiero a cómo situarnos frente al reclamo de derechos esenciales como el agua potable, el plato de comida, el mantel, el guardapolvo, el foco de luz, la calle asfaltada y desmalezada, el trabajo digno, como las primordiales políticas de seguridad. Probablemente, saldríamos del facilismo de sólo acusar al victimario, pedir mano dura para él y bajarle la edad de imputabilidad, sin preguntarnos qué hicimos como sociedad en las últimas décadas, para que jóvenes con todo el potencial al alcance de su mano, no elijan un camino mejor…
Algo similar ocurre con los aumentos de precios. Si el medio sólo enuncia el aumento, sin ir más allá en cuanto al análisis de la cadena de formación de ese precio, de la ganancia de cada uno de sus eslabones, de la condición monopólica de sus formadores, ese medio termina, intencionalmente o no (yo creo que intencionalmente), convirtiéndose en un agente inflacionario. Un actor cualquiera de la economía real, sea comerciante, profesional, administrador de cualquier servicio, al no ver reflejada ninguna noticia positiva referida al crecimiento de la actividad, a la mayor independencia respecto de los organismos internacionales que históricamente nos extorsionaron, a que la deuda del país ya no tiene el alcance paralizador que supo tener, y lo único que ve ese actor común de la economía cotidiana en un minuto de titulares es que todo aumenta, lo primero que hace es aumentar él también, porque de lo contrario siente en sí mismo la zonzera de quedarse solitariamente rezagado con sus propios precios.
En una economía sólida en sus grandes números, con menor incidencia del endeudamiento, crecimiento, tipo de cambio competitivo, superávit fiscal y comercial, y acumulación de reservas, aparece como flanco débil el aumento de precios. Los medios hegemónicos, jefes de la oposición por default de los dirigentes partidarios, en lugar de tratarlo constructivamente, lo hacen para desgastar al gobierno que condujo la economía hacia esos logros. Todo por el sólo hecho de que es el primer gobierno en décadas que se propone cierta desobediencia respecto del disciplinamiento social histórico que aquellos ejercieron, y merced al cual –entre otras causas- nos sometimos, como sociedad, a todo lo que nos sometimos.
Es a esta altura que planteo utilizar en toda su plenitud la dimensión padagógica de la política, porque la batalla electoral de 2011 es contra los jefes, contra los autores intelectuales, contra los que construyeron el “sentido” de la Argentina de las últimas décadas, y recién después contra sus mediocres intérpretes, aunque sean éstos los que figuren en las boletas opositoras. Y en este sentido, ¿no le pasa a Ud., que está leyendo, tener personas muy cercanas, con quienes nos identifica una manera de mirar aspectos centrales de la vida, como la educación de nuestros hijos, personas que actúan o reaccionan como “nosotros” en la calle, en cuestiones laborales, etc., y, sin embargo, al momento de analizar la coyuntura política, piensan como “ellos”. Indagar sobre las causas y darse una política ante esto, es un desafío importante en los tiempos que corren.