"Hay gobierno electo, pero aquí votar no es decidir"
Raimundi viene del radicalismo pero llegó a la banca respaldado por Elisa Carrió, de la que se alejó hace más de un año. Está convencido de que el sistema político argentino carga tantos débitos que tornan muy deficitaria la democracia.
-Un analista en política argentina de la Embajada de los Estados Unidos dice que la mejor definición que escuchó por parte de un político argentino sobre lo que implica una transición a la democracia y lo que viene luego como democracia, la ha hecho usted: "Es la diferencia que hay entre la esperanza y el acostumbramiento".
-¡Ah, sí, sí! Es una apreciación formada desde las sensaciones. Pero acostumbramiento no tiene, al menos como lo uso yo en esa reflexión, connotaciones positivas, sino relación con el déficit que aquí expresa la democracia que hemos construido, déficit centrado en el campo social, por supuesto. Entonces, acostumbramiento implica siempre el hastío en amplias franjas de la sociedad, por falta de respuesta para la gente, mientras que para los políticos sí hay respuestas...
-¿Qué significa esto último?
-Que los dirigentes políticos nos sentimos cómodos funcionando en el sistema tal cual funciona, pero hay muchos que no estamos cómodos porque sabemos muy bien que nuestro sistema político es, en cuanto a sus beneficios, muy restrictivo. Para unos pocos millones.... No hay democracia plena cuando hay millones de seres padeciendo pobreza y marginalidad.
-Pero los políticos vienen de esta sociedad. No vienen de una planta de quinotos nacida en la estepa polar. No son ajenos a usos, costumbres, prácticas de la sociedad.
-Es cierto, pero tenemos la obligación de la ejemplaridad. Y en esto fallamos.
-Sin embargo el sistema, restrictivo o lo que se quiera, está firme. A nadie, más allá de un despistado -en todo caso en política nunca hay despistados-, se le ocurre pensar en contra de la democracia. ¿Cómo se explica esa adhesión?
-Se explica por la experiencia que tiene acumulada esta sociedad. Sabe que el autoritarismo, los golpes, no solucionan nada. Empeoran, ¿por qué no vamos a creer que esos millones de seres que van quedando en la banquina no creen en el sistema? Por otro lado, hay memoria, mucha memoria. La pobreza, la marginación, los excluidos saben que siempre son el blanco más vulnerable para el autoritarismo.
-Días atrás, la canciller alemana Merkel señaló que cada vez duran menos los paradigmas de que se forja
la política. Dijo que perduran menos que el tiempo formativo de una generación. Lula acaba de señalar que, en Brasil, los paradigmas políticos "cambian tan rápido como los colores de muchas de nuestras especies amazónicas: a toda velocidad". Obama, de cara a su país, recupera mucho del discurso kennedysta en aquello de preguntarse "no lo que el país puede hacer por uno, sino lo que uno puede hacer por el país". En Argentina estos temas no se debaten, ¿por qué?
-No estoy tan seguro de que no se hable del tema... no me parece que sea así. Me parece que lo que sucede en este campo es que venimos enredados en convenci
mientos que están bajo observación. Me parece que mucho de la generación que protagoniza la transición se forjó, más allá de pertenencias partidarias, en la idea de que la causa del atraso económico-social del país tenía que ver con la falta de estabilidad política. En el '83 creímos que la estabilidad sola traía aparejada la prosperidad económica... aquello de Alfonsín: "Con la democracia se come, se educa y se cura". A un cuarto de siglo del '83, se habla de que la democracia tiene asignaturas pendientes, pero en realidad lo que tenemos son gobiernos electos por voto, lo cual es preferible a que no los haya. Pero si la esencia de la democracia es que el pueblo decide, bueno... aquí votar no es decidir. Éste es el déficit sobre el que hay que debatir: la privatización que se ha hecho desde la dirigencia política para definir sin escuchar a la gente. Esto más allá de este o aquel caso puntual. Es más, creo que si se acepta que la democracia tiene deudas pendientes, hay que aceptar también que en democracia se profundizaron hasta un nivel de gravedad insoportable muchos de los problemas que heredó.
-Hay mucho de fatalismo en su mirada...
-No, no me parece, pero estoy convencido de que aquí la democracia, por mil razones, se ha cumplido como paso procesal. Hemos tenido continuidad institucional, pero el déficit social es muy alto... Y lo peor es que en éste, como en otros temas, la política, desde la dirigencia política siempre se habla en términos de absolutos, cada uno con sus absolutos expresados en registro de no computar los argumentos del otro, excluyéndolo despiadadamente cuando la gente quiere que la política le sirva a ella, no a nosotros solos. En cuanto a que tengo una mirada fatalista, mire... creo que si fuera así yo estaría hablando de algo que realmente rechazo: la idea de que Argentina siempre está al borde del abismo. No compro eso. Esa idea sirve para avalar las peores salidas que ha tenido nuestra historia política.
-¿Cuál es la batalla que se debe la política argentina para superar determinadas percepciones políticas?
-¡Tantas! Creo que una de esas batallas hay que darla contra la idea de que los políticos que no son peronistas no son capaces de gobernar y que sólo son capaces de gobernar los peronistas. Es una idea muy arraigada. Y cuando digo que son "capaces" digo que son capaces de todo... ¡Mire de todo lo que fue capaz Menem cuando gran parte de la sociedad lo vio rubio y con ojos celestes!
-¿Se fue enojado del radicalismo?
-Me fui por dos razones. Una, el Pacto de Olivos. La Argentina pasaba del antagonismo irreconciliable al pacto espurio. No pasó a la lógica del consenso. La otra razón respondió a que un día me di cuenta de que la Junta Coordinadora era una financiera, una cuestión de la que ya vamos a hablar... En el radicalismo de la transición siempre hubo una maquinaria de impedir el debate, el intercambio de ideas... y yo iba en sentido contrario. No había lo que en teoría política se llama el "espacio en disputa". Ahí la disputa estaba ganada de antemano y vía las peores prácticas.
Político, desde adolescente
Nació en La Plata hace 51 años. Ya siendo muy adolescente, en los tumultuosos finales de los ’60, comenzó su atracción por la política.
–No tenía en claro nada, pero tenía en claro todo– dice.
La ciudad –un espacio de mucha cuna radical, la ciudad del “Chino” Balbín, la ciudad donde Raúl Alfonsín llegó con 20 años y el flamante galardón de haber ganado de puro guapo el Comité Chascomús–, hicieron el resto para llevar a Carlos Raimundi a las huestes de la Revolución del Parque.
–No era fácil –recuerda– ser pibe y abrazar el radicalismo… La Plata está rodeada de mucho de lo que hizo el 17 de octubre del ’45... Berisso, Ensenada… Pero bueno, comencé a militar en la JR y, cuando llegó la transición, me las sabía “todas”. Y fue en los primeros años de este largo camino destinado a construir un sistema político, cuando fue presidente nacional de la JR, un timón que lo mantuvo siempre muy cerca de un dirigente con el cual hoy está distanciado: Federico Storani.
Pero un día se fue del radicalismo y ancló en las huestes de Elisa Carrió, llegando a diputado nacional por la Coalición Cívica de la cual se alejó hace un año para formar Solidaridad e Igualdad. “Me fui por el autoritarismo de Carrió, que vive reduciendo la política a una categoría moral, por lo cual ella siempre llega a la conclusión de que si sus partidarios políticos son los que no roban, no engañan, todos los que no son sus partidarios políticos son los que han robado, mentido… Este tipo de razonamiento expresa un maniqueísmo muy grave por parte de Lilita”, dice hoy Raimundi.
-Un analista en política argentina de la Embajada de los Estados Unidos dice que la mejor definición que escuchó por parte de un político argentino sobre lo que implica una transición a la democracia y lo que viene luego como democracia, la ha hecho usted: "Es la diferencia que hay entre la esperanza y el acostumbramiento".
-¡Ah, sí, sí! Es una apreciación formada desde las sensaciones. Pero acostumbramiento no tiene, al menos como lo uso yo en esa reflexión, connotaciones positivas, sino relación con el déficit que aquí expresa la democracia que hemos construido, déficit centrado en el campo social, por supuesto. Entonces, acostumbramiento implica siempre el hastío en amplias franjas de la sociedad, por falta de respuesta para la gente, mientras que para los políticos sí hay respuestas...
-¿Qué significa esto último?
-Que los dirigentes políticos nos sentimos cómodos funcionando en el sistema tal cual funciona, pero hay muchos que no estamos cómodos porque sabemos muy bien que nuestro sistema político es, en cuanto a sus beneficios, muy restrictivo. Para unos pocos millones.... No hay democracia plena cuando hay millones de seres padeciendo pobreza y marginalidad.
-Pero los políticos vienen de esta sociedad. No vienen de una planta de quinotos nacida en la estepa polar. No son ajenos a usos, costumbres, prácticas de la sociedad.
-Es cierto, pero tenemos la obligación de la ejemplaridad. Y en esto fallamos.
-Sin embargo el sistema, restrictivo o lo que se quiera, está firme. A nadie, más allá de un despistado -en todo caso en política nunca hay despistados-, se le ocurre pensar en contra de la democracia. ¿Cómo se explica esa adhesión?
-Se explica por la experiencia que tiene acumulada esta sociedad. Sabe que el autoritarismo, los golpes, no solucionan nada. Empeoran, ¿por qué no vamos a creer que esos millones de seres que van quedando en la banquina no creen en el sistema? Por otro lado, hay memoria, mucha memoria. La pobreza, la marginación, los excluidos saben que siempre son el blanco más vulnerable para el autoritarismo.
-Días atrás, la canciller alemana Merkel señaló que cada vez duran menos los paradigmas de que se forja
la política. Dijo que perduran menos que el tiempo formativo de una generación. Lula acaba de señalar que, en Brasil, los paradigmas políticos "cambian tan rápido como los colores de muchas de nuestras especies amazónicas: a toda velocidad". Obama, de cara a su país, recupera mucho del discurso kennedysta en aquello de preguntarse "no lo que el país puede hacer por uno, sino lo que uno puede hacer por el país". En Argentina estos temas no se debaten, ¿por qué?
-No estoy tan seguro de que no se hable del tema... no me parece que sea así. Me parece que lo que sucede en este campo es que venimos enredados en convenci
mientos que están bajo observación. Me parece que mucho de la generación que protagoniza la transición se forjó, más allá de pertenencias partidarias, en la idea de que la causa del atraso económico-social del país tenía que ver con la falta de estabilidad política. En el '83 creímos que la estabilidad sola traía aparejada la prosperidad económica... aquello de Alfonsín: "Con la democracia se come, se educa y se cura". A un cuarto de siglo del '83, se habla de que la democracia tiene asignaturas pendientes, pero en realidad lo que tenemos son gobiernos electos por voto, lo cual es preferible a que no los haya. Pero si la esencia de la democracia es que el pueblo decide, bueno... aquí votar no es decidir. Éste es el déficit sobre el que hay que debatir: la privatización que se ha hecho desde la dirigencia política para definir sin escuchar a la gente. Esto más allá de este o aquel caso puntual. Es más, creo que si se acepta que la democracia tiene deudas pendientes, hay que aceptar también que en democracia se profundizaron hasta un nivel de gravedad insoportable muchos de los problemas que heredó.
-Hay mucho de fatalismo en su mirada...
-No, no me parece, pero estoy convencido de que aquí la democracia, por mil razones, se ha cumplido como paso procesal. Hemos tenido continuidad institucional, pero el déficit social es muy alto... Y lo peor es que en éste, como en otros temas, la política, desde la dirigencia política siempre se habla en términos de absolutos, cada uno con sus absolutos expresados en registro de no computar los argumentos del otro, excluyéndolo despiadadamente cuando la gente quiere que la política le sirva a ella, no a nosotros solos. En cuanto a que tengo una mirada fatalista, mire... creo que si fuera así yo estaría hablando de algo que realmente rechazo: la idea de que Argentina siempre está al borde del abismo. No compro eso. Esa idea sirve para avalar las peores salidas que ha tenido nuestra historia política.
-¿Cuál es la batalla que se debe la política argentina para superar determinadas percepciones políticas?
-¡Tantas! Creo que una de esas batallas hay que darla contra la idea de que los políticos que no son peronistas no son capaces de gobernar y que sólo son capaces de gobernar los peronistas. Es una idea muy arraigada. Y cuando digo que son "capaces" digo que son capaces de todo... ¡Mire de todo lo que fue capaz Menem cuando gran parte de la sociedad lo vio rubio y con ojos celestes!
-¿Se fue enojado del radicalismo?
-Me fui por dos razones. Una, el Pacto de Olivos. La Argentina pasaba del antagonismo irreconciliable al pacto espurio. No pasó a la lógica del consenso. La otra razón respondió a que un día me di cuenta de que la Junta Coordinadora era una financiera, una cuestión de la que ya vamos a hablar... En el radicalismo de la transición siempre hubo una maquinaria de impedir el debate, el intercambio de ideas... y yo iba en sentido contrario. No había lo que en teoría política se llama el "espacio en disputa". Ahí la disputa estaba ganada de antemano y vía las peores prácticas.
Político, desde adolescente
Nació en La Plata hace 51 años. Ya siendo muy adolescente, en los tumultuosos finales de los ’60, comenzó su atracción por la política.
–No tenía en claro nada, pero tenía en claro todo– dice.
La ciudad –un espacio de mucha cuna radical, la ciudad del “Chino” Balbín, la ciudad donde Raúl Alfonsín llegó con 20 años y el flamante galardón de haber ganado de puro guapo el Comité Chascomús–, hicieron el resto para llevar a Carlos Raimundi a las huestes de la Revolución del Parque.
–No era fácil –recuerda– ser pibe y abrazar el radicalismo… La Plata está rodeada de mucho de lo que hizo el 17 de octubre del ’45... Berisso, Ensenada… Pero bueno, comencé a militar en la JR y, cuando llegó la transición, me las sabía “todas”. Y fue en los primeros años de este largo camino destinado a construir un sistema político, cuando fue presidente nacional de la JR, un timón que lo mantuvo siempre muy cerca de un dirigente con el cual hoy está distanciado: Federico Storani.
Pero un día se fue del radicalismo y ancló en las huestes de Elisa Carrió, llegando a diputado nacional por la Coalición Cívica de la cual se alejó hace un año para formar Solidaridad e Igualdad. “Me fui por el autoritarismo de Carrió, que vive reduciendo la política a una categoría moral, por lo cual ella siempre llega a la conclusión de que si sus partidarios políticos son los que no roban, no engañan, todos los que no son sus partidarios políticos son los que han robado, mentido… Este tipo de razonamiento expresa un maniqueísmo muy grave por parte de Lilita”, dice hoy Raimundi.
CARLOS TORRENGO
Fuente: www.rionegro.com.ar