Por Carlos Raimundi.  


El triunfo de Correa puede analizarse desde tres planos convergentes.

En el plano interno, reafirma un proyecto de revalorización del Estado, la economía social y el poder popular. La amplia diferencia le dará la mayoría que necesita para aprobar las leyes de medios y reforma agraria, por ejemplo.
El segundo es la consolidación de la integración regional y sus instituciones políticas y económicas en busca de la autonomía respecto del tutelaje histórico de los EE.UU. y del dólar como moneda internacional.
El tercero tiene que ver con la disputa a nivel planetario del excedente financiero y la escasez de recursos energéticos; una disputa entre modelos de acumulación y desarrollo con el capitalismo ultrajante.
A mediados de los 70, el poder financiero trasnacional, por un lado, y, por otro, los movimientos emancipatorios provenientes de la descolonización afroasiática, la revolución cubana y su proyección latinoamericana, la teología de la liberación, las luchas contra el racismo en los EE.UU., la primavera de Praga y el Mayo Francés, y tantos otros, se disputaban –crisis del petróleo mediante- los excedentes del crecimiento industrial de posguerra, el mayor acopio de riqueza, hasta entonces, de la Historia de la Humanidad.
Hoy también hay, en líneas generales, dos contendientes: una vez más, el poder financiero internacional de un lado. Del otro, la cooperación Sur-Sur, los intentos de consolidar modelos de desarrollo autónomos en Medio Oriente, África, Asia y América Latina.
A diferencia del proceso anterior, en que el poder financiero resultó claramente victorioso e implantó tres décadas de ajuste neoliberal, hoy el contexto es distinto. Las instituciones financieras están en crisis, han aparecido nuevos actores mundiales, y América del Sur está más organizada.
La sintonía entre los gobiernos populares presentes en la mayoría de nuestros países abre paso a una injerencia en agenda mundial sin precedentes. Otra arquitectura financiera, el calentamiento global, la defensa de los recursos, la justicia social, la paz, la salida de la unipolaridad hacia una nueva dialéctica entre diferentes centros de poder, son temas que encaminarían a un mundo más justo, y en los que América del Sur tiene gran espacio para un protagonismo responsable.
Por todo esto vale festejar el triunfo de Correa, y seguir estableciendo mecanismos de coordinación que den a todos los procesos populares de esta extraordinaria etapa política de la región, la continuidad que necesitan.