Los comicios presidenciales nos sitúan siempre ante una opción entre más de un camino. Pero la particularidad de 'estos' comicios es que hay un camino hacia adelante y otro que nos devuelve al pasado. Por más que se esfuercen en ocultarlo, la actual opción de la derecha argentina es heredera de una historia. La ubicación a un lado u otro de la política no sólo se define por las posturas ante el presente y el futuro. Cada vertiente tomó, también, una posición ante cada hecho de la historia, una posición que responde a los intereses –¿podríamos decir de clase?– que cada uno defiende.
En la Argentina no tan lejana se bombardeó a mansalva una Plaza llena de simples transeúntes, se escondió el cuerpo de la dirigente más amada por el pueblo, se proscribió al partido mayoritario, se ejerció el terrorismo de Estado. Y los actuales dirigentes de la derecha representan –conceptualmente– los mismos intereses y son herederos de quienes pergeñaron aquellas políticas. Si no es así, sería muy bueno que lo explicitaran a viva voz. Pero, ante la ausencia de una fuerte autocrítica histórica, bien podríamos pensar que, ante condiciones similares, volverían a hacerlo. La puja de intereses en juego es tan importante, que si no reconocen que volverían a hacer lo mismo es porque no tienen condiciones históricas, no por falta de voluntad. Los vencimientos en dólares de la deuda argentina durante 2016 serán ostensiblemente inferiores a los abonados hasta ahora, y el cambio de paradigma en la política petrolera nos acerca cada vez más al autoabastecimiento energético, variables ambas lo suficientemente apetecibles para volver a ser gobernadas por el neoliberalismo, en remplazo del actual proyecto popular.
En una primera etapa, ningún candidato se animará a decir que derogaría los derechos sociales alcanzados en estos 12 años. Pero, bastaría con resituar al país en el sistema financiero ortodoxo para luego licuar los aumentos jubilatorios, AUH, etc., bajo las condicionalidades impuestas por los mismos organismos que hoy azotan a Grecia.
Pero, además, hay otros ejes que estarán intensamente presentes –queramos o no– en esta campaña. El primero, el de la geopolítica internacional. En abril, estuve en Bruselas discutiendo los patéticos acuerdos de servicios y de libre comercio entre la UE y los EE UU, en la misma semana en que Cristina visitó Rusia. Y pude comprobar la marcada hostilidad que le propinaban las cadenas de prensa del establishment. Las mismas que nos hicieron creer que el "Sí" ganaría en Grecia cuando fue derrotado por 22 puntos. Ya desde el atentado a Charlie Hebdo y luego con el caso Nisman, supimos que a una presidenta con prestigio interno en crecimiento, había que desprestigiarla a partir de la difamación internacional.
Van a machacar con que la Argentina se acerca a países indeseables. Sin embargo, sería bueno tomar en cuenta algunas variables como cantidad de muertos inocentes, bombas nucleares detonadas, países invadidos, dictaduras financiadas, maltrato a presos políticos, discriminación étnica, magnicidios no esclarecidos, fabricación y venta de armamentos, etc., para determinar si hay algún país que pueda adjudicarse haber aportado a la humanidad los valores civilizatorios más altruistas. Lo que está en disputa son dos modelos de gobernanza mundial: el que representan los grandes conglomerados financiero-petrolero-armamentistas o los gobiernos populares.
Otro eje que estará presente en la campaña es la cuestión del Estado. El grupo mediático dominante no cesa en elaborar la idea de que el kirchnerismo dirige su propuesta a aquellos numerosos holgazanes que no tuvieron otra manera de triunfar en la vida que no sea gracias al Estado. En cambio ellos, los laboriosos, los talentosos, pueden –y deben– vivir sin la carga de un Estado ineficiente y corrompido. Cuidado lector/a: si de algún sector estuvo al servicio el Estado argentino la mayor parte del tiempo, fue de los ricos y poderosos. La recuperación estatal operada por el kirchnerismo no es más que una reparación aún parcial respecto de esa injusticia histórica. ¿O no fueron políticas estatales las que le hicieron pagar a todo el pueblo argentino las deudas contraídas por los grupos económicos? ¿O no fueron funcionarios estatales los que cobraron ingentes comisiones por la renegociación de una deuda que cargó su mayor peso sobre los humildes? ¿O no es la Argentina –pese a lo que ellos dicen– el país fuera de los EE UU con más dólares por habitante, sólo que ese equivalente a medio PBI en dólares está oculto en guaridas fiscales y pertenece a un puñado de vivos que se habían acostumbrado a usurpar el Estado, y por eso no le perdonan al kirchnerismo que los denuncie y recupere al Estado para las causas populares?
El tercer eje es la cuestión judicial. Con una particularidad: los plazos judiciales son arbitrarios. Ellos se van a poner de acuerdo en citar a una declaración o en tomar una medida judicial que perjudique al gobierno un par de días antes de un cierre de campaña o algo por el estilo, de modo de renovar el clima de tensión. Y nosotros tenemos que anticiparles a nuestros conciudadanos y conciudadanas que no se trata de medidas judiciales, sino de operaciones político-electorales. Tenemos que decirlo claramente antes de que suceda.
Ahora bien, ¿de qué aparato judicial estamos hablando? Entre otras cosas, de un aparato judicial que, pese a sus insuficiencias, está mucho mejor preparado para sancionar los delitos contra la propiedad individual que aquellos que se han cometido contra el patrimonio social. No quiero decir que los primeros no deban ser perseguidos. A lo que me refiero es a una familia judicial que hasta hoy mantuvo la impunidad sistemática de aquellos funcionarios que permitieron la fuga de divisas, la confección de cuentas bancarias secretas o la evasión de miles de millones de pesos. Hay distintas maneras de atentar contra la propiedad. Robar un auto es una, y debe ser castigada. Pero haberle robado al pueblo, a los más humildes, a los excluidos, a aquellos que para TN no pueden vivir si no es de un plan, la posibilidad de alimentarse, de ir a la escuela, de acceder a un sistema de salud de calidad o a una vivienda digna, ¿no es también un atentado contra la propiedad? Con el agregado de que, seguramente, si tuviéramos un sistema judicial más preparado para sancionar los delitos contra la propiedad colectiva, tendríamos una sociedad más cohesionada, y menos caldo de cultivo para los delitos contra la propiedad individual.
En suma, creo que estos tres ejes, geopolítica, Estado, Poder Judicial, estarán presentes en esta campaña tal vez más que en otras anteriores, y tenemos que reunir muchos elementos para defender nuestras posiciones respecto de cada uno de ellos. «
Publicado en Tiempo Argentino, 21 de Julio de 2015
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